jueves, 3 de mayo de 2007

Lolitas



Mi pasión por el Japón se remonta a los años infantiles en los que, como sacado de un sueño a media noche, se proyectaban imágenes mudas en la pared de un pequeña habitación. Un viejo proyector francés traqueteaba al compás de los movimientos de un operario de cine improvisado. No había banda sonora, sólo murmullos de admiración que se alternaban, durante el viaje, con explicaciones e interpretaciones. Era un reportaje sobre un día de nieve en Japón. Recuerdo, como parte de ese sueño, el movimiento antinatural de esas mujeres ataviadas con kimonos y portando sobre sus cabezas unas sombrillas que las cubrían y las preservaban de los blancos copos. Se intuía la misma delicadeza en la caída de los copos que la que se desprendía del caminar parsimonioso de esas mujeres.

Los años pasaron, muchas películas y novelas sobre Japón también, de distintas épocas y temáticas. La gastronomía fue otra forma de cruzar otro puente imaginario hacia el país del sol naciente. Pero sólo he viajado allá con la imaginación. Puede que sea ese viaje pendiente que se reserva para la próxima vida.

A pesar de todo, ni el paso del tiempo desvanece la fascinación que me produce la imagen que tengo de esa cultura: probablemente, como la mayoría de sueños, se desbibuje de forma disonante como la imagen reflejada en estanque tembloroso.

Mi intuición me dice que esa cultura está plagada de paradojas (y ahora viene cuando todo el mundo grita: “¿Y cual no?”). Me explico remitiéndome al título de un reportaje que desencadenó la necesidad de escribir sobre ello: “Carnets du Japon: geishas et lolitas. Des Japonaises pas comme les autres”. Fue azar, como siempre, pero grato y edificante. Contraste servido frío y contundente: en una cultura que todavía mantiene a las geiko en sus propios barrios, conservando las tradiciones de las okiyas y los rituales propios del oficio de entretener a la gente (poesía, danza, interpretación de instrumentos, caligrafía y canto), se superpone la tendencia de vestirse con ropas victorianas y adoptar una actitud acorde a dicho vestuario de las lolitas.

Probablemente lo primero que uno piensa al imaginarse a una lolita japonesa yerra completamente de lo que, de hecho, representa en una, cada vez más extensa, minoría de jovencitas que se visten con ropa inspirada en el periodo victoriano: medias de encaje, plataformas, lazos y sombreros. Nada hay de Nabokov en todo esto, salvo la reminiscencia de una inocencia que se perpetúa en disfraces y actitudes infantiles, que nada tienen de lascivo ni sugerente.

Ahondemos un poco más: existen distintos tipos de lolitas. Sin ánimo de ser exhaustivo en la descripción, sólo me dentendré en una mínima descripción, recopilada de entre los mares cibernéticos:

Classic Lolita: estilo maduro que proviene de la moda original victoriana, pocas blondas y cintas y vestidos poco pomposos, con colores discretos.


Sweet Lolita: más común que el anterior, utiliza colores más claros en vestidos más pomposos.

Horror Lolita: manchas rojas simulan la sangre vertida por la lolita que, partiendo de cualquiera de los estilos disponibles, simule magulladuras, heridas o incluso pérdidas de algún ojo. Es un estilo minoritario.

Hime Lolita: las princesas lolitas del periodo rococó, uso del escote bajo y accesorios tales como tiaras y coronas.

Wa-lolita: toman como base los vestidos tradicionales japoneses para adaptarlos a esta moda junto al Obi.

Qi-lolita: versión china de la Wa-lolita con uso de cuellos altos y cierres falsos a un lado decorados con lazos.

Country Lolita: como era de esperar los motivos campestres también se han apoderado de los anhelos de algunas de las jovencitas japonesas. Imaginaos que Sweet Lolita se va de picnic, entonces usaría sombreros de paja, sombrillas y cestas para el almerzo en el campo. Otra adaptación sería la Sailor Lolita (sobran las explicaciones).

Punk Lolita: probablemente el uso de la estética punk en oriente y con un toque tierno y decoroso; el largo de la falda y blusas pomposas sin insinuaciones.

Ero Lolita: el fetichismo también tiene cabida en esta moda japones, utilizando collares, guantes largos, vinilo, corsés, faldas cortas y blusas que muestran un poco más que el resto de las lolitas.

Gothic Lolitas: sin duda el estilo que más ha trascendido a nivel internacional, siendo el que más adeptas a creado a lo largo del planeta. Denominadas gosurori en japonés, consumen sus propias publicaciones como “Gothic Lolita Bible”. Visten faldas de muselina con leotardos, sobreros y largos lazos combinando dicha ropa con un maquillaje muy marcado.

A pesar de que pueda sonar lejano, como todo aquello que proviene de Oriente, en España existe una asociación de gothic lolitas que se llama Oscura Inocencia.


Otra cuestión que me parece relevante, siguiendo con las paradojas niponas, es la que hace referencia a las llamadas gravure idols o “gurabia aidoru”. Modelos japonesas de corta edad que posan en bikini o bien ligeras de ropa y que aparecen para gozo de los consumidores de sendas revistas especializadas en el género. Un matiz: no hay desnudos. Otro matiz: la corta edad de las modelos contrasta con su talla de sujetador, hecho que las caracteriza por encima de otro atributo de tipo físico visible (según los cánones estrictos de lo que se puede mostrar y lo que no en Japón!). Para muestra un botón...


La edad de inicio puede situarse en unos tiernos 11 – 12 años, aunque podriais comprobar por vosotros mismos que su aspecto no es para nada infantil. Una “estrella” nacida en el seno de las gravure idols es Saaya Irie, actriz, cantante, presentadora e ídolo juvenil, quien en 2005 alcanzaba una estatura de 1’50 m. habiendo nacido en Fukuoka el 15 de abril del 1993!

Ah, vaya descuido! Felicidades Saaya!!!

Creo que dejaré para otro día hablar de las posibles motivaciones que impulsan a los padres de estas criaturas a ser promocionadas como un objeto de consumo más en la sociedad nipona. Pero, ahora que lo pienso, no distan mucho de las de los padres españoles que empujan al estrellato a sus hijos en programas televisivos como aquel "Menudas estrellas" y similares.

A estas alturas ya no sé jugzar si me decanto por una niña con atributos de mujer o por una mujer ataviada de forma infantil con vestuario de muñeca de la época victoriana. Lo más probable es que me mantenga en una perpetua duda al respecto, dando fé, una vez más, de mis grandes limitaciones.

X.

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