sábado, 24 de marzo de 2007

Fantasmas del invierno




















Pequeña reseña intencionadamente descontextualizada que recoge un fragmento de la novela de Luis Mateo Díez (actualmente mi libro de evasión entre tanto texto científico-técnico-legal que me veo obligado a devorar) y que enlaza bastante bien, para mi gusto, con algunos aspectos de una entrada anterior del blog (véase "Un hombre tiene que saber volar").

"Alicia Mora había escuchado a Brocardo sin acercar el cigarrillo a la boca y, cuando lo hizo, comprobó que se le había apagado.
-Volar parece la condición de ese hombre... - dijo -. No es raro que el que vuela lo quiera hacer solo".

Luis Mateo Díez (2004) Fantasmas del invierno. Madrid, Alfaguara

Me permito la licencia de replicar a D. Luis Mateo Díez, o más bien a Alicia Mora: los hombres que quieren volar no suelen hacerlo en solitario, aunque muchos quieran guardar las apariencias. Si lo hacen en solitario, transportan sobre sus alas a sus amores imposibles. Porque si estos fueran posibles viajarían en primera clase con manta, almuerzo y almohada incluidos, así como el permiso del comandante del aeroplano para visitar en primicia la cabina de mando.

lunes, 12 de marzo de 2007

El peregrino del tiempo (II)

El peregrino del tiempo recoge velas,
Amarrada a su alma reposa la espera.
Conocedor de los instantes de duda,
Se esmera en la cubierta de tu sueño.

Un hombre tiene que saber volar

"Por encima de cualquier cosa, un hombre tiene que saber volar". Así de tajante se muestra la Mujer del final, escultural morena que reta a Oliverio, protagonista de "El lado oscuro del corazón" al finalizar la película. Habida cuenta de las experiencias anteriores, como un ejemplar más de ese tipo de hombre a los que llamo cazadores de estrellas, el protagonista, finalmente, encuentra a su alter ego, tras su errabunda existencia vital y su precaria subsistencia amorosa, sujeta a afectos pasajeros y caídas libres en el palco-patíbulo que es la cama.

No me diría, en algún momento entre dos puntos distantes, separados entre sí por un mar cálido y normalmente sumiso, una de las personas que me enseñó a amar, algo parecido. Algo así como que en esta vida es necesario tener a nuestro lado alguien con el que volar. Dicha apreciación tomaba un sentido mucho más tangible que metafórico, cuando los motores a propulsión del aeroplano nos trasportaban a un futuro incierto, en el que las sugerencias a media voz podrían tornarse pasiones desenfrenadas.


Hace ya muchos años. o sea, muchos afectos atrás, asistí al pre-estreno de "El lado oscuro del corazón" en mi ciudad. Fue uno de esos pálpitos que le dan a uno de vez en cuando. Estar pendiente de la prensa para ver anunciada la posibilidad de obtener entradas para ese mismo día, un día antes del estreno, en uno de los cines de mi ciudad con rancia solera, butacas inquisitivamente incómodas y temperatura caldeada por el calor humano, no necesariamente heterosexual.


Y volé. Recuerdo que volé. Fue un vuelo adolescente, pero fue realmente cautivadora la sensación de ese dejarse llevar. Ni que decir cabe que me encantó la película. Más me encantó ver la cara de perpeljidad de mis acompañantes. En fin...no todo el mundo tiene licencia de vuelo.


Pero me topé con una acróbata del aire. Años después. Quizá sin conocer la existencia de esa película, pero suplantando a ese alter-ego femenino, con milimétrica perfección, me condujo por las mismas latitudes: descubrimiento, tras desnudarse mutuamente de los tapujos convencionales y revelación carnal improvisada.


Aviso a navegantes (bueno, mejor a comandantes de vuelo): cuidense de subir demasiado alto, o demasiado deprisa. Lo de Icaro es tan real como la vida misma, como cuando esperas a que termine de consumirse la cerilla que sujetas entre tus incrédulos y despavoridos dedos.
X.

viernes, 9 de marzo de 2007

El peregrino del tiempo

08/03/2007


Sumido en sueños de mar,
Mora un peregrino del tiempo.
Planea sobre las olas
Con la luna a sus espaldas.
Su cara enardecida,
Sus sienes palpitantes,
Su aliento la llama, a ella.

Busca a ciegas en el infinito,
A tientas encuentra su estrella
Y roza su piel de aguas cálidas.

Navega sobre su espalda
Con zozobra de melaza
Y recala en su pelo negro
Con aroma de mañana.
El peregrino se despide
Y brota sal en su mirada.

martes, 6 de marzo de 2007

¿Para qué quiero un puente?


Un puente conecta dos puntos de difícil acceso para el tránsito entre ambos.









¿Qué dos puntos conecta este puente?


Puerto Rico con España. O España con Puerto Rico, o dónde quiera que se encuentren dos personas que coincidieron azarosamente años atrás en una sala cualquiera de un chat y establecieron una de las más bonitas amistades que se puedan forjar.

Esta es sólo la presentación de una de las dos personas que forman este duo, este equipo de redactores ocasionales que, en distintos momentos de la vida han dedicado sus esfuerzos creativos a la difusión de sus ideas. Esta puede que sea una nueva etapa en ese devenir creativo para ambos. Sí lo es al menos para mi.

La metáfora del puente surgió probablemente en los primeros contactos entre ambos. Era para mi una forma de visualizar lo que el ciberespacio proporciona como herramienta de comunicación global. Dos personas a tantísimos kilómetros pueden compartir aquello de sus vidas que deseen. La variable tiempo también se diluye en favor de la comunicación: el correo electrónico nos ha permitido mantener vivas las ascuas de la amistad, hasta tal punto que, a lo largo de estos años, hemos sido partícipes de gran cantidad de devenires biográficos y, creo yo, nos hemos proporcionado apoyo mútuo.



Quiero un puente robusto, quiero un puente mágico, quiero un puente duradero, quiero un puente que me permita soñar, que me conduzca directamente allá donde la otra persona me quiera transportar, sin más cortapisas que la mutua aceptación y el respeto por encima de cualquier otra cosa.

X.